Es una ironía que el presidente con más respaldo social
de la historia del Barça (65,5%) haya decidido renunciar a los tres años y
medio de su mandato. Y que haya sido Neymar, el trofeo de caza
mayor que arrebató al Real Madrid, el detonante de un final tan imprevisto como
inopinado. Rosell ha tenido muchas virtudes, ha tomado
decisiones impopulares, estaba en camino de sanear la institución, tenía en la
cabeza la modernización del nuevo estadio, pero ha gobernado demasiado solo.
No es fácil meterse en la cabeza del presidente y conocer los motivos
reales de su renuncia cuando hace tres días imploró al juez su citación y el
miércoles aún se pedía que el caso se trasladara a Barcelona.
En el fondo, quizá todo estaba ya escrito y antes
de que estallara en todo su fragor el 'caso Neymar', Rosell, a
petición de su familia, harta de sufrir, ya tenía tomada la decisión. El
desgaste que supone ser presidente del Barça nunca lo llevó bien ni lo asumió.
Nunca le gustó bajar al fango, rehuyó el cuerpo a cuerpo y la polémica a grito
pelado porque, sencillamente, él no es de esta condición. Lo suyo era gobernar
a solas, sin red, con estilo educado y eso ha sido demasiado arriesgado
sabiendo que en el mapa del callejero de Can Barça había una trampa en cada
esquina.
El calvario que le esperaba a Rosell y al Barça a
la esperea del juicio y de su resolución, habrá pesado mucho. En estos momentos
los mil contratos de Neymar ya empapelan todas las redacciones
de los medios. No hay día que no haya una filtración porque la confidencialidad
de la operación se fue al carajo cuando el Barça hizo entrega de los
documentos.
El aficionado ha asistido a todo este rápido vodevil sin pasión.
Acostumbrados a los fichajes millonarios de un mundo alejado de la dura
realidad, quizá lo mejor para Rosell hubiera sido explicarlo
todo desde el princpipio. Pero aguantó con los 57 millones hasta el final.
Meter al Barça cada día en las fauces mediáticas,
duele. Por eso Rosell también se aleja. Para dar tranquilidad
a la institución y un día encararse con el juez que dirime el asunto. En Madrid
era un sueño acabar con la hegemonia blaugrana y en Barcelona tenía a los
enemigos conocidos. Él no supo comunicar sus logros y más de una vez se creyó
infalible, como en el espinoso asunto de la Grada Jove. Acaba un
estilo de gobernar y empieza otro, el de Bartomeu, su
lugarteniente de siempre.
Gracias a Dios que me ha dado tanto en la vida incluso un lector como tu!
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